Acerca del Sexo y el Género

Una amiga me contó que alguien le preguntó si tener vagina la hacía ser mujer, y esta persona le decía que era hombre, y entonces mi amiga me preguntó qué opinaba, le respondí, pero luego decidí escribir también aquí.

El problema me parece es que usamos las palabras sin cuidado. Es común que uno diga «hombre» para referirse al sexo y a los valores culturales al mismo tiempo, haciendo lo mismo con «masculino» y con «varón». Incluso en las diferentes disciplinas está presente esta anfibología, porque, por ejemplo, en la biología dicen «sexo masculino y femenino» y en las ciencias sociales dicen «género masculino y femenino». En ambos casos uno puede entender cuando sabe que está hablando en un contexto específico, pero en la interacción interdisciplinaria se vuelve tedioso y confuso porque con un descuido, al no poner «sexo» o «género» antes de «masculino y femenino» uno ya no sabe de qué está hablando. Y esta disonancia en quienes no están informados se vuelve alimento de la ignorancia, los prejuicios e imposiciones. Por eso a mí me parece que lo apropiado sería referir a estas cosas con palabras distintas.

Aquí me referiré con «macho y hembra» al sexo; y con «vir y fémina» al género. Y antes de seguir, debo aclarar que no soy experto en estos temas, sino que la información que conozco me ha llegado más por colección de datos que por investigación acerca del tema.

I
Los Signos

Los sexos los distinguimos con facilidad la mayor parte de las ocasiones, a través de los caracteres sexuales secundarios; pero aunque sucede en la mayor parte de los casos que el fenotipo sigue las instrucciones de los genes, hay casos en los que los genes y el fenotipo no coinciden. Existen los estados intersexuales, como el Síndrome de Insensibilidad a los Andrógenos, en donde alguien puede ser un macho pero teniendo cuerpo de hembra y siendo fémina. De modo que, aunque es confiable la vista en la inmensa mayoría de las veces, del sexo uno nunca puede estar seguro sino hasta observar el ADN.

En esta situación, me parece, estamos igual que como con otras ciencias. Por ejemplo, con la mecánica; podemos decir «este objeto está pesado», pero ¿cuánto pesa? uno nunca lo sabe con exactitud sino hasta que lo pone en una báscula; y podemos decir «pesa un kilo» pero nunca lo sabemos con exactitud. Vivimos constantemente en ilusiones de exactitud científica en nuestra vida diaria, pero hasta el Renacimiento, todos creían por intuición que un objeto más pesado caía más rápido que uno menos pesado. Y del mismo modo todavía es fácil que los niños erren al preguntarles qué pesa más entre un kilo de algodón y un kilo de hierro. De la misma forma, me parece, vivimos en otras ilusiones de exactitud científica; vemos a alguien con caracteres sexuales secundarios y decimos que es macho o hembra, y aunque funciona en la mayoría de las ocasiones, la realidad es que no lo sabemos.

Vivimos en un mundo de palabras, y la forma en que existimos y funcionamos es distinta a la forma en que existen las rocas y las células, aún cuando estamos compuestos por éstas; igual que las células son un sistema distinto de las sustancias químicas, aunque estén compuestas por estas.

Así que, aunque tratamos de ser objetivos, en la vida diaria la intuición y la perspectiva rigen más nuestras pisadas. Y cuando vemos a alguien, lo que vemos es una interpretación a partir de un sistema de ideas y símbolos.

II
Las Funciones Sociales

Hace mucho tiempo la norma eran las sociedades cazadoras-recolectoras, en las cuales había dos funciones sociales principales: cazador, y recolectora. A ambos, desde el nacimiento, se les trazaba este destino: si es macho, será cazador; si es hembra, será recolectora. Esto posiblemente porque las hembras durante el embarazo si hacen demasiado esfuerzo pueden abortar, y quizá fuera sólo por eso y otras condiciones, pero quizá fuera también por la perdurabilidad de las impresiones y la forma de asumir lo desconocido, que luego de ver a una mujer abortar por hacer esfuerzo, en la lógica de los antiguos, hacer esfuerzos semejantes aun cuando no estaba embarazada fuera también algo que pusiera en riesgo a los futuros bebés. Pero quién sabe. 

El punto es que esas dos eran las principales funciones sociales, y ellas se formaron a partir de las necesidades y colaboración de la época; quizá también por alguna tendencia genética de los machos hacia la agresividad, que impulsaba a éstos más hacia la cacería y la guerra, a la vez que la característica común con muchos otros primates y animales, de querer tener dominadas a las hembras igual que se marca y domina una territorio.

Además de esas funciones sociales había unas pocas más, como la de chamán o pluvio-mago, de la que quizá se desarrollaron y dividieron después las funciones de rey y sacerdote (Lacalle Rodríguez, 2011). Hoy hay muchísimas funciones sociales distintas, pero en las culturas más extendidas hoy día, todas ellas se han desarrollado sobre la base de las antiguas funciones de cazador-recolector. Esta evolución ha sido lenta, y aunque nos suena increíble:

El contraste entre la división de trabajo en las sociedades tradicionales y en las modernas es verdaderamente extraordinario. Incluso en las sociedades tradicionales más grandes generalmente no existían más de veinte o treinta oficios principales, junto a otras pocas ocupaciones especializadas, como la de mercader, soldado o sacerdote. En las sociedades modernas existen, literalmente, miles de ocupaciones distintas. (Giddens & Sutton, 2017, pág. 306).

Y estas distintas ocupaciones a veces también tenían la misma naturaleza que tienen los géneros de vir y fémina. Por ejemplo, además del hecho de que antes la gente se casaba por diversos motivos a los nuestros, como la economía y la política, los nobles muy pocas veces se casaban con plebeyos, e igual que al nacer noble se nacía con un destino como gobernar; igual el que nacía plebeyo o esclavo nacía con un destino, muchas veces para ejercer el oficio de la familia; de manera similar a como nacer macho implicaba que se era vir, y con ello, que sería cazador; mientras las hembras, féminas y recolectoras.

Lo que se dice de que tenían sangre azul los monarcas, esa tendencia a remarcar lo especial de su sangre, era una forma de justificar el destino y los privilegios que se les imponían, igual que a los machos y hembras se les imponía ser viri y féminæ, y por ello, a cada uno una gamma de oficios posibles, y otros imposibles. Pero aunque ya todos sabemos y sentimos que nacer descendiente de una familia noble no significa nada (al contrario, lo primero que yo pienso es en cortarles la cabeza), es decir, que en cierta forma abolimos la nobleza, aún no abolimos el género a pesar de que tiene la misma naturaleza que la nobleza.

Igual que los nobles se enorgullecían por la familia en la que nacieron por Casualidad, hoy la gente sigue enorgulleciéndose por el sexo con el que nació por Casualidad. Dicen «yo soy hombre» y «yo soy mujer», y creen que eso vale algo. Cuando en realidad, si uno se siente cómodo es por costumbre, y si está alegre con ello, es por suerte e ignorancia, porque nunca ha experimentado ser otra cosa.

Y en los casos de quien dice «yo soy muy hombre» o «muy mujer», en un único contexto cultural se entiende, por los valores morales que cada género asume para entender que son «buenos hombres» o «buenas mujeres». Pero lo que es un vir y una fémina es diferente en cada cultura; por ejemplo, hasta hace poco estaba muy marcado que el lugar de las féminas es el hogar, la vida privada; y el de los hombres la vida pública y exterior. Pero

Para la gran mayoría de la población en las sociedades preindustriales las actividades productivas y las del hogar no estaban separadas. La producción se realizaba dentro de casa o cerca de ella y todos los miembros de la familia participaban en el trabajo agrícola o artesanal. Las mujeres solían tener una considerable influencia dentro del hogar, en razón de su importancia para los procesos económicos, aunque se vieran excluidas de los ámbitos masculinos como los de la política y la guerra. (...)
Esta situación cambió casi por completo con la separación entre el lugar de trabajo y el hogar que conllevó el desarrollo de la industria moderna. El principal factor fue, probablemente, el inicio de la producción en fábricas mecanizadas. (Giddens & Sutton, 2017, pág. 315).

Del mismo modo, ha cambiado con el tiempo los valores que integran lo que se entiende por «hombre» y «mujer». En cada cultura son distintos, a veces mucho, a veces poco. Así que lo importante no es si uno es «muy hombre» o «muy mujer», sino qué clase de vir o fémina es, qué se entiende por ello y qué implica. Y para eso, me parece que lo mejor sería centrarse en componer cada uno su ética en vez de buscar ser algo que ni siquiera sabe qué es ni de dónde viene ni para qué sirve: centrarse en ser una persona, y no en ser un vir ni una fémina.

Antes tenía sentido, las funciones sociales de cazadores y recolectoras se complementaban. Pero ahora tenemos organizaciones sociales apropiadas para hacer innecesarias las divisiones de género y las inútiles vanidades que llevan consigo. 

III
La Composición

Uno puede ser cualquier cosa sin necesidad de clasificaciones, o eso, en mi opinión, deberíamos buscar. Porque los valores que componen cada género tradicional pueden desarrollarse aisladamente a gusto y necesidad propia, sin que las clasificaciones tengan que hacer unos valores sean «buenos» para los hombres y «malos» para las mujeres.

Entonces, tener vagina de nacimiento muy probablemente sí hace que sea hembra, pero fémina no; la crianza sí hace que se sea, pero no fémina a secas, sino una clase de fémina en particular entre miles de posibles formas en las distintas culturas.

Pero ser vir o fémina en mi opinión no tiene ningún valor, sino lo importante son los valores que configuran lo que se entiende por ello. Soy de la opinión de que habría que deshacerse de todos los géneros, y dejar que cada quién se desarrollara según su propio gusto, necesidad y circunstancia, siempre que no hiera a la sociedad y al mundo. Pero les recuerdo que no sé mucho de estos temas.


Referencias.

  • Giddens, A. Sutton, P. (2017). Sociología. Madrid, España: Alianza.
  • Lacalle Rodríguez, R. (2011). Los símbolos de la prehistoria. España: Almuzara.

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