Sobre la Libertad

Aquí les voy a contar unas observaciones sobre mitología e ideología, esto principalmente porque me fastidia mucho el modo en que usan el término «libertad».

I
En la Mitología Abrahámica

Es parte de esto que digo, que los ateos se deshacen de los dioses, pero conservan sus mitos: la justicia, el amor, la culpa, y entre ellos, el libre albedrío. Y por haberse desarrollado en una cultura cristiana, aunque rechacen los dogmas y a Dios, permanecen viviendo como, sintiendo como, y pensando como cristianos sin darse cuenta, del mismo modo que uno no se percata de su propio olor y no piensa en respirar mientras lo hace.

El Dios abrahámico es trascendente, creador de la naturaleza, y habiendo creado a Adam a su imagen y semejanza, y dándole libre albedrío, la cualidad de la trascendencia impregna también al hombre (a la mujer casi no, es algo que observamos en la historia, tanto tiempo sometida a la libertad del hombre). Esta es la base mitológica de la creencia culturalmente vivida —porque quienes la «creen» en realidad la viven— de que la libertad del hombre es trascendente, es decir, que es capaz de influir y determinar cosas en el mundo natural, pero sin que el mundo natural determine esa libertad. Esto a tal grado, que los cristianos incluso pueden llegar a creer que "cualquiera que diga a este monte: ¡Quítate y arrójate al mar!, Y no dude en su corazón, sino que crea que lo que habla sucede, lo obtendrá." (Marcos 11:23), similar a como los judíos creen que podrían crear cosas de la nada.

Esta misma concepción de libertad tienen muchos, aunque un poco atenuada. Creyendo que tienen un seguro control del mundo natural, que basta su voluntad para hacer algo, tal como decía Jesús hijo de José: "Por esto os digo: Todo cuanto oráis y pedís, creed que lo recibiréis, y lo obtendréis" (Marcos 11:24) —así es, esto no lo inventó Paulo Coelho ni Rhonda Byrne ni William Walker Atkinson—, o creyendo que basta echarle ganas para conseguir las cosas que desean. Como si el universo y los dioses no tuvieran nada más que hacer que cumplir los caprichos de unos patéticos animales que viven en un grano de polvo perdido en el espacio infinito.

II
En la Psicología

Esa concepción de libertad trascendente se ha colado a muchas de las teorías y paradigmas en psicología, pero aquí yo me referiré a mis propios términos.

El problema que tengo con esa concepción de libertad es que es totalmente ridículo que en la Naturaleza exista una variable capaz de influir en los acontecimientos naturales, sin que éstos influyan en esa variable a su vez, es tan ridículo como imaginar un color que no consista en una longitud de onda de luz.

Es evidente que tenemos la capacidad de tomar decisiones, pero ésta capacidad, igual que nosotros por entero, forma parte de la Naturaleza, y obviamente está influida por lo que nos sucede en distintos niveles.

1) A nivel subjetivo, nuestra capacidad de tomar decisiones está influenciada por los afectos, pensamientos, y relación que tenemos con el ambiente, y las circunstancias económicas y sociales en que nos ubicamos.

2) A nivel neurológico, somos criaturas desarrolladas a través de múltiples sistemas. Las células se fundan en las leyes de la química, pero son un sistema con su propio funcionamiento; el organismo está compuesto por células, pero es un sistema con su propio funcionamiento; la mente y la conducta están igualmente en su propio sistema, y todo cuanto sea capaz uno de decidir debe estar determinado por los posibles intercambios de información entre las células nerviosas, el sistema nervioso, el endócrino, y el ambiente. Por ello, no es posible físicamente que alguien sea capaz de decidir algo simplemente porque la voluntad le venga de más allá del mundo. Las posibilidades están primeramente trazadas en los diversos sistemas superpuestos y sus relaciones entre sí. Y es claro que el todo funciona diferente a la suma de sus partes, pero esto no significa que la voluntad o la capacidad de decisión esté más allá del mundo, y que por ello sea uno capaz de decidir o de cambiar algo que esté más allá de sus posibilidades y circunstancias.

III
En la Historia e Ideología

Ahora, la libertad se entiende de principio en contraposición con la esclavitud, la cual es una clase social. Y esto significa que la libertad es una clase social, nada más y nada menos. Y todo lo demás que se ha escrito y dicho sobre ella es, en mi opinión, un desperdicio de saliva, tinta y papel.

Hoy en todas partes mencionan siempre a Espartaco como un héroe que luchó por su libertad y cosas similares, pero esto no funcionaba así.

A falta de otras perspectivas, los esclavos comparten los valores de sus amos, los admiran y los sirven celosamente; observan sus vidas con la mezcla de admiración y sorna revanchista que hace de los sirvientes los espectadores de sus amos. Toman partido por ellos, defienden su vida, son los guardianes celosos de su honor. En caso de gresca, incluso de guerra civil, son sus matones, su hueste armada. Si el amo tiene a bien ejercer sobre ellos o sobre sus concubinas su derecho de pernada, los esclavos se adaptan a la situación de acuerdo con el proverbio que dice: "No hay afrenta en hacer lo que manda el amo"; y si el amo va a visitar su granja, nada más natural que la compañera del administrador le aguarde esa noche en la cama. Saber obedecer es a sus ojos el colmo de la virtud, y los propios camaradas se burlan de los indisciplinados: "Los imbéciles de tus amos no son capaces de hacerte obedecer", le dice a un mal esclavo uno viejo. Se adivina con facilidad de qué manera un amor semejante, si se veía frustrado o herido, podía transformarse en furor sanguinario contra un amo indigno. Por lo que se refiere a las guerras serviles de Espartaco y sus émulos, su origen era diferente; los desfavorecidos no pensaban en combatir para construir una sociedad menos injusta, de la que habría quedado eliminado el escándalo de la esclavitud, sino en lanzarse, para escapar a su miseria, a una aventura más o menos comparable a las de los Mamelucos o los filibusteros: hacerse en tierras romanas un reino para ellos solos. (Brown, Patlagean, Rouche, Thébert, & Veyne, 2017, págs. 70-71).

Las cosas que suelen decir sobre la libertad son la mayoría de las veces pura retórica. Los esclavos tienen la capacidad psicológica de tomar decisiones, igual que los libertos —aunque también habría que explorar en qué medida esta capacidad se pudiera encontrar diferente entre los esclavos, los libertos, y los libertos con diagnóstico de trastorno dependiente de la personalidad, porque es evidente, aunque no les guste a los existencialistas, que éstas personas tienen su capacidad de decisión disminuida, inhibida o entumida, igual que a los cristianos les desagrada reconocer que hayamos quienes no sentimos culpa—. Pero el punto es que además de haber esclavos estrictamente domésticos, también los había que tenían su propia vida independiente, hacían lo que querían, pero eran esclavos porque tenían que pagar un tributo constante a su amo, y extendiendo esas características a través de pura retórica, podemos concluir que todos nacemos esclavos y sin excusas, porque tenemos que rendirle cuentas a las leyes de la física, la química, la biología, la subjetividad y cognición, y las circunstancias sociales, económicas y culturales. Del mismo modo que han extendido por arte de retórica las cualidades de los libertos a los esclavos, cuando tales palabras, fuera de los usos retóricos, designaban clases sociales.

Por esto, a mi me parece que lo mismo que hay pueblos totémicos que dicen ser lobos, osos, y otros animales, plantas y fenómenos naturales, también hay pueblos que dicen ser «pecadores» y «libres» aunque estén encadenados a un trabajo, un salario, una ciudad, una familia, un gobierno y sus impuestos, un sistema legal que jamás votaron directamente, un nombre que se les impuso desde el nacimiento, una sociedad, y un montón de tradiciones e ideas que nunca se han detenido a reflexionar y por ello, están incapacitados para ser capaz de pensar siquiera ejercer una actividad distinta.

Conclusión

La capacidad de tomar decisiones no la discuto, lo que sí, es esa concepción de que la libertad puede determinar sin ser determinada, y que puede ir más allá de las posibilidades y circunstancias que la concibieron. Todas las cosas están conectadas, y por eso, no hay decisión que no sea influida por una enorme cantidad de variables con distintos pesos.

Lo que me más me fastidia de esa concepción de libertad abrahámica y trascendente, es que sirve de herramienta ideológica para justificar la insensibilidad del estado y la nula empatía de la gente hacia los desfavorecidos.

Porque la justicia desde antiguo nació como «ojo por ojo», con el único fin de proporcionar al criminal una tasa de sufrimiento equivalente al sufrimiento que provocó a la víctima. De allí su símbolo más representativo: la balanza, que antiguamente era exactamente el mismo símbolo que el mercado, porque:

La justicia es un mercado,
y las leyes su bolsa de valores,
es un trueque de dolores.

Y se entiende que, luego de un crimen que no se puede reparar no queda más que el consuelo de ver sufrir al otro igual, pero ello no resuelve nada. Sacarle el ojo al otro no te devolverá el tuyo. Lo que debiera hacerse es buscar solucionar el problema, no proporcionar sufrimiento a los criminales indiscriminadamente, sino sólo cuando ello sea una solución efectiva. Las relaciones humanas son demasiado complejas como para que la diosa Iustitia siga usando una balanza, y habría que quitarle esa venda de los ojos.

Lo que veo es esto: Mediante el mito de la libertad abrahámica y trascendente, los sistemas de justicia decretan: «Eres libre, decidiste el mal, recibirás un castigo», pero lo que en realidad dicen es esto: «No me importa el contexto social que influyó en que te desarrollaras de esta manera e hicieras esto, ni lo que los privilegiados tengamos qué ver con esas decadentes circunstancias sociales que te impulsaron al crimen, eres libre, decidiste el mal, y por eso tú y sólo tú, síntoma de nuestros actos desconsiderados y egoístas, recibirás el castigo». Y para defender su insensibilidad se sirven de la falacia ad consequentiam: «Si no somos libres, entonces no eres responsable de tus actos, entonces puedes cometer crímenes».

Por eso digo esto: La capacidad de decisión no es trascendente, sino que es inmanente, y esto es que es totalmente influida por las posibilidades y circunstancias de cada sujeto, y por lo tanto, está relacionada directamente con todo a su alrededor. Por ello, es más que como dijera Hamlet: Si culpáramos a uno solo, tendríamos que azotarlos a todos. Y si siguiéramos con los mitos abrahámicos, al primero que habría que azotar es a Dios, por poner a propósito las circunstancias para que Adam y Havah lo desobedecieran.

Como yo lo veo, no existen culpables, sino sólo problemas, y todo problema es colectivo, y hay que resolverlos del modo más práctico, efectivo y conveniente, y no centrarse en esa venganza institucionalizada a la que la mayoría de las veces llaman «justicia». Si regresar el golpe lo resuelve, se vale; pero que ello no sea un fin en sí mismo, sino sólo un medio posible entre muchas más posibilidades a considerar.

Y así, como conclusión: todos tenemos la capacidad mental de tomar decisiones, pero eso no es la libertad, ella es una clase social que mutó como concepto adquiriendo características del Dios abrahámico, concepto ideológico que se ha utilizado para justificar un individualismo extremo y corrosivo mediante el cual es fácil olvidarse de la inmensa complejidad de las relaciones humanas y el contexto en que cada uno se ha desarrollado, lo cual muy convenientemente beneficia a las clases altas.


Referencias:

  • Brown, P., Patlagean, É., Rouche, M., Thébert, Y., & Veyne, P. (2017). Historia de la vida privada 1 (Vol. 1). (F. Pérez Gutiérrez, & J. Arce, Trads.) Barcelona, España: Taurus.
  • Sociedad Bíblica Iberoamericana. (2017). Biblia textual (IV ed.).

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