La Subversión de las Religiones

En el mundo cristiano nos hemos acostumbrado a pensar que las religiones consisten en una forma de mantener controlada a la gente, cosa que unos ven como benigna, y otros como despreciable. Y es cierto que las religiones están compuestas por mecanismos de control, como cualquier merónimo de la cultura, pero aquí les mostraré cómo es que en su origen muchas religiones han consistido en una revolución contra el orden social anterior.

I
Definiciones y Necesidades

Primero, ¿qué es una religión? Esta es la definición de Clifford Geertz (2006): 

Un sistema de símbolos que obra para establecer vigorosos, penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones en los hombres, formulando concepciones de un orden general de existencia y revistiendo estas concepciones con una aureola de efectividad tal que los estados anímicos y motivaciones parezcan de un realismo único. (pág. 89).

Esto ha de entenderse en el contexto de que lo que define Geertz como cultura es una serie de mecanismos de control extrínsecos, como una guía o un programa de computadora. Las religiones plantan los estados anímicos y motivaciones, a la vez que formulan un orden general de existencia, y esto es importante porque plantando las motivaciones, ellas son el punto de partida de la vida.

El año pasado estuve seis meses estudiando a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (los abreviaré como SUD), acompañé muchas veces a los misioneros, de casa en casa, observando las estrategias y técnicas que usaban para convertir a la gente a su religión. Los santos de los últimos días (así se llaman a sí mismos) creen en el Libro de Mormón, el cual narra historias de profetas y diversos eventos supuestamente ocurridos en América antes de la llegada de los europeos; obviamente las cosas que narra el Libro de Mormón nunca sucedieron, y cuando yo les di argumentos a ellos acerca de eso, me insistieron de muchas maneras en que era verdad que no sabían realmente qué era lo que había pasado, pero sabían que era verdadero porque lo sintieron al orarle a Dios, y la cuestión no era si era falso o no, sino era buscar por qué era verdadero.

Así como el código genético necesita de las leyes de la química para ser transmitido, reproducido y realizado, porque su causa material son las sustancias químicas; del mismo modo la cultura humana actúa por necesidad acorde a los principios del lenguaje y la retórica, porque el lenguaje es el mayor soporte de la cultura humana, es su causa material. Y en la retórica hay una técnica llamada: movere, que consiste en mover los sentimientos de los espectadores, es muy efectiva porque, aún si tus argumentos no les convencen y tus narraciones no se las creen, si les llegas al alma y les mueves los sentimientos, ellos mismos buscarán nuevos argumentos para la causa que defiendes.

Los seres humanos tenemos necesidades, primeramente las fisiológicas, luego la necesidad de sentirnos seguros, de socializar, de sentir que pertenecemos a algo, y de que lo que hacemos y vivimos tiene sentido (aún cuando su sentido sea «no tener sentido»). Todos tenemos la necesidad de sentirnos tranquilos, en una relativa paz entre nosotros, los demás y el mundo. Es una necesidad psicológica, la cual satisface la religión.

Antes de terminar mi investigación de la iglesia SUD, y reconocer que por medio de argumentos no podría nunca convencer a un creyente de que sus creencias eran falsas, me contaron una historia de una familia de una iglesia diferente pero del mismo movimiento (de los que reconocen a Joseph Smith como un profeta). Esta familia era de la variante de la religión que sí eran polígamos, y vinieron a México porque en Estados Unidos no los querían dejar vivir con sus costumbres, y cuando estuvieron aquí vivieron un accidente, los padres murieron, y los hijos le tomaron un odio profundo a Dios, dijeron que ya no creían, y si acaso Dios existía lo detestaban. En otra ocasión un colega que también estudia las religiones me contó de un caso de un creyente de la misma religión, el cual mientras hacía su misión se enfermó y eligió regresar a su país, una vez que regresó todos los miembros de la iglesia lo trataban diferente, como decepcionados, y eventualmente este hombre abandonó la iglesia y dejó de creer.

De ello he concluido que uno no cree en las religiones porque les convenzan los argumentos, sino que primero tienen estas necesidades psicológicas, encuentran luego una creencia que los tranquiliza, y luego buscan argumentos para sustentar esa creencia y con ella, sustentar también esa tranquilidad. Y si algo en esa idea de pronto les quita la tranquilidad o los hiere, la abandonarán y buscarán otra, o la crearán ellos mismos.

No es por ello casualidad que:

Los partidarios de la tesis de la secularización señalan que antes la religión era mucho más importante para la vida cotidiana de las personas que en la actualidad y que la iglesia estaba en el centro de los asuntos locales. Pero a medida que el desarrollo socioeconómico mejora los niveles de vida, la religiosidad tiende a declinar y, por el contrario, en épocas de privación y dificultad las creencias religiosas se refuerzan (...) Ocho de los países más religiosos están a su vez entre los más pobres del África subsahariana y Asia, mientras que seis de los menos religiosos están entre los más ricos del mundo. (Giddens & Sutton, 2017, pág. 818).

II
Los Profetas y las Revoluciones
Sociales

Primero debo aclarar lo que entiendo por «profeta» y en qué se diferencia de «sacerdote». Por «profeta» entiendo a «un sujeto que emite a la sociedad o a un grupo de personas un discurso de género deliberativo, el cual hace aportes propios o modificaciones propias a la religión anterior existente, y el cual para su deliberación puede usar la adivinación o no; o puede servirse de una reinterpretación del texto sagrado, o tan solo de la reflexión o alguna práctica espiritual», lo entiendo, sobretodo, bajo el verbo de «profesar». El sacerdote puede o no utilizar la adivinación, puede emitir discursos a la sociedad, deliberativos, argumentativos y judiciales, pero no necesariamente aporta modificaciones a la teología anterior, en caso de que sí aporte modificaciones a la religión lo consideraría sacerdote y profeta. Y por adivino se entiende cualquiera que practique un modo de adivinación. Las funciones pueden estar mezcladas pero no necesariamente. En este concepto de profetas incluyo, por ejemplo, a Zaratustra, Isaías ben Amoz, Yeshua ben Yosef (Jesús de Nazaret), Siddhartha Gautama, Muhammad, Martin Luther, Joseph Smith, y muchos otros.

Uno de los más antiguos «profetas» (en mi concepto y en el concepto común) es Zaratustra —fundador del zoroastrismo, que luego se convirtió en el mazdeísmo—, él

A veces duda de su misión como profeta, pero es para enseguida suplicar a su dios que fortalezca su certidumbre. (...)
Para él la justicia lleva a la felicidad. (...) en definitiva está seguro de la bienaventuranza final de los justos y por ello acepta «sufrir entre los hombres».
¿De qué sufrimiento se trata? Zaratustra tuvo tal vez que huir si es así como debe interpretarse uno de los gatha.
 (Caquot, Duchesne-Guillermin, Hadot, Trocmé, & Turgan, 2005, págs. 446-447).

Esta posibilidad es algo que le sucede a la inmensa mayoría de los profetas, de los innovadores religiosos: que son rechazados, expulsados, perseguidos, asesinados, etc. Veamos ahora los profetas de Israel:

Cada uno de ellos tiene ideas y sentimientos propios, que hacen que el dios de Oseas no tenga la misma fisonomía que el de Amós o el de Isaías. Existen, no obstante, ciertas preocupaciones y reacciones comunes, determinadas sin duda por la situación de crisis social y política en que los profetas del siglo VIII a.C. toman la palabra. Amós, Oseas y quizá también Isaías al principio de su carrera, contemplan y denuncian los abusos sociales que aparecen como contrapartida de la prosperidad mercantil de los reinados de Jeroboam II de Israel y Ozías en Judá. Oseas asiste a la decadencia del reino del norte, e Isaías interviene en el momento en que Judá se ve sacudida primeramente por la amenaza aramea e israelita, y más tarde por la del imperio asirio. Estas desgracias públicas están en el centro de su reflexión y determinan su desarrollo. Para ellos Israel es una unidad sagrada, constituida por YHVH, que ha otorgado la ley y exige la lealtad y la obediencia del pueblo.
(...)
En el contexto histórico en que se movían, los profetas no pueden haberse presentado como predicadores de un culto «espiritual»; lo que hacen es simplemente recordar a las autoridades la vigente necesidad de retornar a la felicidad de YHVH, poniendo fin a los diversos abusos de orden social, que son el síntoma de la crisis.
Los abusos en que los profetas ven la prueba de la infidelidad a YHVH han sido cometidos por los reyes y los magnates.
 (Caquot, Duchesne-Guillemin, Varenne, & Vian, 2017, págs. 171-173).

También Joaquín "Tuvo que reprimir una rebelión contra su tiranía, dirigida como siempre por profetas, a la cabeza de los cuales hay que colocar sin duda a Jeremías" (idem, págs. 193-194).

Entre ellos hay algunos que son altamente respetados, como Isaías, de quien se dice que hacía temblar al mismo rey. Pero una mayoría son los que, sin importar su origen social, sus predicaciones son tan escandalosas y subversivas que se ganan el desprecio de muchos, especialmente de las clases altas. En el caso de los de Israel el caso más claro es el de Jeremías:

Me cautivaste YHVH, y me dejé cautivar. Fuiste más fuerte que yo, prevaleciste. Todo el día soy objeto de escarnio, todos se burlan de mí, porque siempre que hablo, que grito, que proclamo: ¡Violencia y destrucción!, la palabra de YHVH se me vuelve objeto de burla y oprobio todo el día. Y si digo: No me acordaré más de Él ni hablaré más en su Nombre, siento un fuego abrasador encerrado en mis huesos, que me esfuerzo en contener, pero no puedo. Oí a muchos susurrando: ¡Magor-Missabib! ¡Denunciadlo, denunciémoslo! (...) ¡Maldito el día en que nací! ¡No sea bendecido el día que mi madre me dio a luz! (...) porque no me morí en el seno materno, para que mi madre fuera mi sepulcro, y su seno una eterna preñez. ¿Para qué salí del vientre? ¿Para ver aflicción y dolor y acabar mis días en vergüenza? (20:7-18).

También a Yeshúa ben Yosef lo rechazaron y trataron de matar en su tierra:

Y fue a Nazaret, donde había sido criado, y conforme a su costumbre entró en la sinagoga en el día del sábado, y se levantó a leer. (...)
pero decían: ¿No es este el hijo de José?
(...) Y añadió: En verdad os digo que ningún profeta es grato en su tierra; (...)
Oyendo estas cosas, todos se llenaron de ira en la sinagoga; y levantándose, lo sacaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual había sido edificada la ciudad de ellos, para despeñarlo; pero Él, pasando por en medio de ellos, prosiguió.
 (Lucas 4:16-28).

Manes —el fundador del maniqueísmo— fue expulsado de su comunidad religiosa y tuvo que irse junto con su padre y dos discípulos.

Muhammad esperaba encontrar en su familia apoyo y adhesión. Quedó desengañado por completo. Su tutor, Abû Tâlib, a pesar de la simpatía que experimentaba por su sobrino, murió sin convertirse; y uno de sus tíos, Abû Lahab, le persiguió con un odio implacable y una oposición sistemática y malsana. (Doresse, Rudolph, Puech, & Fahd, 2014, págs. 361 y 350).

Y Muhammad, igual que muchos otros, tuvo que irse de su ciudad antes de que lo mataran, en su caso porque:

una riqueza fabulosa se había acumulado en esta ciudad, arrastrando tras ella su acostumbrada cohorte de lujo, placeres, diversiones, prodigalidades, derroches, y creando así barreras entre las diversas capas sociales, cosa que el árabe, que conservaba en el corazón de la ciudad su alma nómada, sedienta siempre de libertad y de igualdad, no podía en absoluto tolerar.
Esta desigualdad social iba en aumento y abría un abismo entre la oligarquía reinante, formada por los jefes de las familias más ricas, los cuales tomaban decisiones, en el seno de un senado, en materia de política y de economía de la ciudad, y la masa del pueblo, integrada por las víctimas de un sistema centralizado, por nómadas atraídos por la seducción de la ciudad, por esclavos y libertos de todas las procedencias.
Un amplio movimiento de descontento y de insatisfacción iba a preparar el terreno a la predicación coránica, centrada en sus comienzos en el juicio final y en el castigo ejemplar prometido a los que vivían con un lujo escandaloso y privaban a los pobres de los bienes necesarios para su subsistencia.
 (idem, 2014, pág. 350).

Así sucede con casi todos los profetas, pues aunque algunos como Isaías hacían temblar a los reyes, siempre hay una relación difícil y agresiva entre los profetas y las clases altas, porque sus innovaciones o creaciones religiosas son subversivas en su origen, consisten en derribar el orden social del momento e implantar un nuevo orden. Así puede verse por ejemplo también en el mazdakismo —fundado por Mazdak—:

Aunque Mani había sido un príncipe parto allegado a los reyes sasánidas y su ideario religioso no parece haber tenido el más mínimo contenido de igualitarismo social, sus ideas de identificar a Dios con el bien y no con la omnipotencia, podían despertar, en otros medios sociales y otras sensibilidades, la conclusión de que el orden existente era injusto, no querido por Dios sino obra de las fuerzas demoníacas. Tal vez por eso el maniqueísmo inspirara doctrinas socialmente inconformistas, como el mazdakismo iraní y el bogomilismo búlgaro.
(...) Mazdak proscribía matar a seres vivos y abogaba por el vegetarianismo y el comunismo económico y sexual. El comunismo mazdakista se basaba en tres razones fundamentales:
1. Los seres humanos debían compartir fraternalmente todas las cosas.
2. El progreso espiritual no es posible si no se desprecian los goces materiales, pero para que alguien pueda despreciarlos, es preciso que los haya conocido previamente, de manera que los pobres, si están privados de los bienes materiales no pueden evolucionar espiritualmente, para lo que es necesario que disfruten de esos bienes previamente.
3. Las desigualdades económicas generan envidias, odios y violencias, por lo que se hace necesario acabar con ellas.
...
El bogomilismo surgió en el siglo X en los Balcanes.
Al igual que los maniqueos, los bogomiles se abstenían de carne y vino y creían que este mundo era perverso y obra de un ser maligno, al que identificaban con el Dios del Antiguo Testamento. (...)
Rechazaban el clero y se confesaban y daban la absolución unos a otros. Su igualitarismo sexual escandalizaba a los cristianos y sus demás doctrinas sociales no menos. Un sacerdote cristiano describía así sus ideas contra los poderosos y los ricos:
«Enseñan a su propio pueblo a no obedecer a sus señores injurian a los ricos, odian al zar, ridiculizan a los ancianos, condenan a los boyardos, consideran viles a los ojos de Dios a quienes sirven al zar y prohíben a todos los siervos que trabajen para sus amos».
Sin embargo, todo este igualitarismo subversivo tenía mucho más que ver con una lectura radical de las enseñanzas del Jesús de los Evangelios canónicos que con el maniqueísmo de Mani, mucho más cercano al Jesucristo de Pablo de Tarso que había sido la base del Jesucristo de Mani.
 (Durán Velasco, 2017, págs. 93-94 y 96-97).

E igualmente en la India antigua,

La aparición de una secta se produce generalmente bajo el impulso de un reformador con una reputación de santidad sólidamente establecida; muy a menudo el hombre santo ha sido previamente favorecido por una especie de revelación o más bien de iluminación. En torno a él se agrupan al principio algunos discípulos, a los cuales transmite el sentido de la revelación de la que ha sido objeto; (...)
...
Muchos de estos movimientos tan numerosos se presentan simplemente bajo el aspecto de una reforma, dedicándose únicamente a introducir un nuevo rigor en la observancia de las prácticas religiosas o, más frecuentemente, traduciendo un deseo de trascender el orden social tan minuciosamente reglamentado para hacer accesible a todos la religión en su totalidad, no estableciendo entre los seres más diferencias que las inherentes a su grado de santidad. Así el movimiento sectario, en el que podríamos sentir la tentación de ver un debilitamiento de la religión, se presenta, al contrario, como un factor de profundización y de progreso.
Las tendencias más tradicionales corren el riesgo de inmovilizarse bajo el efecto del ritualismo y de las coacciones sociales: las sectas luchan contra esta esclerosis; revivifican el conjunto e imprimen periódicamente impulsos místicos que hacen superar los prejuicios de casta y las observancias rituales para poner el acento en la espiritualidad individual y en las relaciones de persona a persona entre el hombre y la divinidad. La gran innovación —cualesquiera que sea la obediencia religiosa— es este sentimiento de amistad, de confianza o de amor que se instaura entre el fiel y el dios al que honra.
La existencia de semejante actitud se manifiesta en los primeros siglos de nuestra era en medios visnuitas.
 (Bereau, y otros, 2005, págs. 77 y 79).

E igualmente en Japón las reformas e innovaciones religiosas van acompañadas de la necesidad de cambios sociales, y de ellos mismos.

Una profecía recogida en varias Escrituras anunciaban que la Ley búdica, comprendida antes en la plenitud de su sentido, pasaría por una fase intermedia, y entraría luego en un período de decadencia, entristecido por muchas calamidades. (...) Según la [interpretación] que prevaleció finalmente en el Japón, el año 1069 [d.C] debía marcar el principio del temible periodo final.
Los tiempos parecían dar la razón a la profecía. El Gobierno imperial, sin medios y sin autoridad, se hallaba impotente ante la creciente anarquía. En el siglo XII
[d.C.], los incendios, los períodos de hambre, las epidemias, las guerras civiles asolaban el país. (...) Muchos fieles estaban desamparados: puede decirse que los tiempos estaban maduros para una reforma religiosa. Esta se manifestó bajo la forma de tres grandes corrientes: el amidismo, el zen y el budismo del Loto de Nichiren. (Bereau, y otros, 2005, págs. 412-413).

Y aunque el cristianismo, ya añejo y a medias de podrirse luego de casi dos milenios, nos ha hecho sonar en este lado del mundo el término de «religión» como algo desagradable, el mismo cristianismo en su tiempo fue también subversivo en varios aspectos, y uno de ellos bastante importante para nuestra sensibilidad actual:

La gran masa de los adeptos estaba formada por esclavos, artesanos y asalariados, si bien, sobre todo a partir de comienzos del siglo III [d.C.], las familias acomodadas comenzaron a representar un elemento un poco más importante, sin llegar nunca, no obstante, a fijar el tono. (Caquot, Duchesne-Guillermin, Hadot, Trocmé, & Turgan, 2005, pág. 289).

En los tiempos antiguos incluso hubo sacerdotes católicos que al mismo tiempo eran esclavos, los cuales nunca se preocuparon por prohibir la esclavitud, pero era porque eran otros tiempos y la esclavitud era tan aceptable como lo es ahora tener mascotas; la aspiración de los esclavos era ser buenos esclavos, ni de lejos serían capaces de concebir luchar por prohibir la esclavitud, así como la mayoría en nuestro tiempo no está ni lejos de pensar en prohibir muchas otras maneras de abuso y explotación. A su modo, el cristianismo en varias sectas sí hizo algo similar aunque por otras motivaciones; y a su propio modo la Iglesia católica también influyó:

En muchos casos, la Iglesia comprobó que obtenía resultados más eficientes poblando los señorías con coloni, es decir, campesinos arrendatarios. De este modo, la Iglesia encabezó el movimiento de eliminación de la esclavitud y la producción agraria con esclavos, un método que se caracterizaba por su tremenda improductividad. Nunca se había opuesto de lleno a la esclavitud, aunque siempre había destacado que la manumisión era un gesto meritorio. De hecho, el monasterio demostró que la esclavitud era innecesaria desde el punto de vista económico y que, incluso, era indeseable. (Johnson, 2010, pág. 204).

Similar pasó en el islam:

La manumisión era un acto altamente recomendado a los fieles, que la practicaban, lo más a menudo, por medio de testamento, y sobre todo lo que además era lo mandado, en el caso de que el esclavo se hubiese convertido en musulmán. El esclavo que pudiese hacerlo tenía el derecho de comprar su libertad y el contrato de muqätaba se lo reconocía en ciertos casos de antemano. (Cahen, 2010, pág. 125).

III
Conclusión

Aparte de estos ejemplos hay muchos otros, por ejemplo la Reforma de Martin Luther y la relación entre los protestantismos y sectas nacientes y la guerra de los campesinos alemanes. No conozco todas las religiones ni todas sus historias y las de sus fundadores. Pero hasta donde sé, siempre que hay una reforma religiosa o hay una innovación religiosa, este suceso aparece al mismo tiempo que existe la necesidad de un cambio social, y siempre este cambio religioso provoca dos cosas: logra realizar ese cambio social, o consigue que masacren a los creyentes.

La religión no es nada más una serie de creencias que sirven para controlar a la gente, porque en estos tiempos sentimos los abusos y explotaciones actuales, pero no hemos visto los problemas sociales que en su origen, cuando nació la religión establecida actualmente, lo hizo como una lucha contra esa antigua forma de explotación. Pero claro, los profetas luchan por las cosas que les han herido, y si el profeta fue un noble, desconocerá los problemas de la clase baja. Y aún si en su origen un problema social fue resuelto, puede luego volver a aparecer en la misma organización que buscaba solucionarlo.

Recuerden la definición de Geertz: la religión implanta estados anímicos y motivaciones, y formula un orden general de existencia. Estas creencias sirven para resolver el problema religioso del sufrimiento, el cual, dice Geertz (2006): no es el de dejar de sufrir, sino darle sentido, hacer que el dolor sea sufrible, tolerable. Esas creencias religiosas resuelven problemas o buscan resolverlos, a veces buscan resolverlos en esta vida mediante acción social directa, a veces mediante actividades en esta vida para lograr la solución después de la muerte; pero como sea, consiguen su propósito: hacer sufrible el dolor.

Los antiguos profetas o maestros iluminados no eran exactamente la clase de gente que nos pintan en las historias, del tipo que parece que lo único que dicen es: «pórtate bien», ellos mismos eran revolucionarios, gran parte de ellos serían exactamente el tipo de persona que te acompañaría a la manifestación y arrojaría bombas molotov a la policía antidisturbios. Incluso Yeshúa, que tanto hablaba de perdón y amor, entró al Templo de Jerusalén soltando latigazos, y si evitas que la interpretación establecida te opaque la vista, notarás que Yeshúa murió siendo un rebelde, contra el Sanedrín y contra Roma; Que muriera por mis pecados a mí no me importa, yo no tengo pecados, pero que muriera luchando por la justicia social a su modo y en su época, eso sí capta mi admiración. Eran los activistas sociales de la época, y las reformas religiosas eran la manera en que el cambio social se expresaba como reconocimiento de la necesidad del cambio, y como forma de hacer el cambio: impulsado por lo divino. 

Y actualmente todavía, ¿qué activista social no hace lo que hace porque siente algo que podría denominar «un impulso divino» o «deber sagrado»? ustedes saben, ese sentimiento sin nombre que está más allá de los textos sagrados y que sin importar las creencias particulares o el contexto, sentimos como: «sé que las cosas no son de este modo, pero tengo que hacer lo posible para que así sea», y que aún los más aferrados a ver la palabra de Dios en un libro viejo, si encuentran algo opuesto a esta sensación, como esa parte de la Biblia que dice que hay que apedrear a los homosexuales hasta la muerte, esta sensación lo obligará a uno a encontrar el modo de interpretar eso diferente o reconocer que eso no es lo que la divinidad nos dice en el corazón.

Así que cuando escuches «religión» no entiendas «cristianismo» ni «iglesia» ni «pórtate bien». Otra cosa es que las religiones monoteístas siempre quieran decirse poseedoras de la «Verdad Absoluta» dictada por el mismísimo Dios, y eso no sucede en todas las religiones.


Referencias:

  • Bereau, A., Caillat, C., Demieville, P., Esnoul, A.-M., Frank, B., Kaltenmark, M., & Renondeau, G. (2005). Las religiones en la india y en extremo oriente (Vol. 4). (F. Torres Oliver, Trad.) D.F., México: Siglo XXI.
  • Caquot, A., Duchesne-Guillemin, J., Hadot, P., Trocmé, E., & Turgan, R. (2005). Las religiones en el mundo mediterráneo y en el oriente próximo. I (Vol. 5). (L. Barruti, J. Ortega Matas, & A. Cardin Garay, Trads.) D.F., México: Siglo XXI.
  • Caquot, A., Duchesne-Guillemin, J., Varenne, J., & Vian, F. (2017). Las religiones antiguas. II (Vol. 2). (J. L. Ballbé, & A. Cardin Garay, Trads.) D.F., México: Siglo XXI.
  • Doresse, J., Rudolph, K., Puech, H.-C., & Fahd, T. (2014). Las religiones en el mundo mediterráneo y en el oriente próximo. II (Vol. 6). D.F., México: Siglo XXI.
  • Durán Velasco, J. F. (2017). Tratado de demonología. España: Almuzara.
  • Geertz, C. (2006). La interpretación de las culturas. (A. L. Bixio, Trad.) Barcelona, España: Gedisa.
  • Giddens, A., & Sutton, P. W. (2017). Sociología. (F. Muñoz de Bustillo, Trad.) Madrid: Alianza Editorial.
  • Johnson, P. (2010). La historia del cristianismo. (A. Leal, & F. Mateo, Trads.) Barcelona, España: Debolsillo.
  • Sociedad Bíblica Iberoamericana. (2017). Biblia textual (IV ed.).

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